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Muere Luis Arriaga: el alma detrás de El Gusano Rojo

Muere Luis Arriaga: el alma detrás de El Gusano Rojo

Luis Arriaga, mejor conocido como Don Luis, falleció a los 84 años dejando tras de sí uno de los recintos más emblemáticos de Irapuato: la cantina El Gusano Rojo. Promotor y amante de la lucha libre, llenó de historia, pasión y tradición un espacio que heredó de su padre y defendió hasta el último día. Hoy, sus muros guardan el eco de anécdotas, risas y luchas compartidas. Su legado queda grabado en la memoria de una ciudad que lo vio convertirse en leyenda.

En Irapuato, ciudad de recuerdos que caminan lentos entre sus calles, ha partido una figura entrañable: Don Luis, el alma que por décadas dio vida al legendario Gusano Rojo. A sus 84 años, Luis Arriaga cerró los ojos para siempre, dejando tras de sí un legado forjado entre risas, historias, lucha libre y mezcal.

Dueño de una presencia inconfundible, Don Luis no solo fue el rostro de aquella cantina emblemática en la colonia Santa Julia; también llevó la lucha libre en las venas. En su juventud, subió al ring, aunque un accidente en motocicleta lo alejó pronto del cuadrilátero. Sin embargo, el amor por ese mundo jamás lo abandonó. Transformó su negocio en un santuario de lona y máscaras, donde las paredes hablaban solas: pósters antiguos, boletos olvidados, fotografías de gladiadores del pasado… Todo contaba una historia, todo era parte de su pasión.

El Gusano Rojo abrió sus puertas en 1943, fruto de la visión de su padre. Luis lo heredó a los 19 años, tras la muerte de aquel primer fundador. Siendo el único varón, asumió con determinación el destino de la cantina. La sostuvo durante décadas, enfrentando incendios, vaivenes económicos y los cambios de la ciudad con el temple de quien conoce el valor de las raíces.

Fue también un espacio familiar. Los fines de semana, cuando la ciudad bajaba su ritmo, Don Luis lo transformaba en refugio íntimo. Cerraba las puertas al público y lo convertía en un escenario para compartir con sus hijas: luchas en la televisión, refrescos y conversaciones llenas de calidez. El local, más que negocio, era extensión de su vida.

Su partida deja una herida profunda, y un destino incierto para la cantina que tanto defendió. En los últimos años, las condiciones de la ciudad afectaron las ventas, haciendo difícil sostener un sitio que, aunque cargado de historia, enfrentaba los embates de un presente complicado. Aun así, Don Luis nunca soltó las riendas de su Gusano Rojo, aferrado con cariño y orgullo a lo que consideraba más que un trabajo: un legado.

Serio en el gesto, con una fuerza que imponía respeto, tenía también una forma muy suya de mostrar amor: a veces con un regaño, otras con una broma inesperada. Sus hijas lo recuerdan como un hombre firme, pero profundamente entrañable, cuyas palabras, consejos y silencios marcaron sus vidas.

Hoy, el Gusano Rojo guarda un silencio distinto. Ya no se escuchan las carcajadas detrás de la barra ni el eco de historias contadas al calor de un trago. Pero sus muros siguen de pie, tapizados con memorias, como si esperaran que alguna tarde vuelva a sonar aquella frase: Vamos al Gusano Rojo. En su despedida, no faltaron amigos, vecinos, ni viejos luchadores que compartieron la vida con él. Algunos, como Blue Panther, hoy parte de su familia, lo despidieron con palabras cargadas de emoción.

Luis Arriaga fue más que un cantinero, más que un promotor de lucha libre. Fue un contador de historias, un defensor de la tradición, un hombre que supo mezclar la nostalgia con la resistencia. Que allá donde esté, lo reciba el cuadrilátero de las estrellas. Descanse en paz, Don Luis.

Joel Rico
Joel Rico
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